Tres conceptos de cultura.
Por: Julio Cesar Arroyave A.
Estudia las convergencias y divergencias de
tres concepciones distintas de la cultura: la clásica, basada en la adquisi-ción
de conocimiento; la ilustrada, como acumulación social, y la romántica, como
identidad comunitaria.
De la cultura
pueden subrayarse algunos aspectos: el patrimonio acumulado, la forma de heredarlo
o el nivel adquirido por los herederos, lo cual se presta a confusiones. La
educación a los niños, pero no es la cultura, sino una forma de heredarla. No
hay inconveniente en llamar cultura a la educación, siempre y cuando esté claro
de qué estamos hablando...........
Los griegos no
tenían el concepto de cultura (Heidegger, Parmenides). El anacronismo de
atribuir este concepto a la palabra paideia se entiende por la
confusión entre educación y cultura, y por razones prácticas de traducción en
ciertos contextos, como lo explica Werner Jaeger (Paideia. Los ideales de la
cultura griega). Pero paideia (de pais, paidós, ‘muchacho’,
como en la raíz de pedagogía) era educación. (La palabra paideiase
usa todavía para el ministerio de educación, como puede verse en www.ypepth.gr.) Significativamente, en el
griego moderno se introdujo la palabra koultoura, de origen latino (www.google.gr).
Los romanos
inventaron el primer concepto de cultura: la cultura personal. Dieron a las
palabras cultura, cultus, incultus (que tenían significados
referentes al cultivo del campo y el culto a los dioses) un nuevo significado:
cultivarse, adquirir personalmente el nivel de libertad, el espíritu crítico y
la capacidad para vivir que es posible heredar de los grandes libros, el gran
arte y los grandes ejemplos humanos. Cicerón habló decultura animi, el cultivo del espíritu (Disputas
tusculanas, 45 a. C.). Naturalmente, el cultivo de sí mismo ya existía, pero no
estaba conceptualizado. Los romanos fueron “los primeros en tomar la cultura en
serio” (Hannah Arendt, La crise de la culture).
La cultura personal puede ser favorecida, estorbada o ignorada por la educación o la buena educación; pero es otra cosa: lo que se hereda por el simple gusto de leer y apreciar las obras de arte, de crecer en la comprensión y transformación de la realidad y de sí mismo, de ser libre. El apetito de ser, de ver, de entender, de hacer, se mueve por su cuenta y aprende sobre la marcha; incluso cuando la familia, los amigos, la escuela, la sociedad, lo favorezcan. Todos nos educamos a todos, pero cada uno tiene que aprender por sí mismo.
Las
instituciones de la cultura personal no son las del saber jerárquico,
certificado y credencializado del mundo educativo, ni las del éxito comercial o
mediático. Son las instituciones de la cultura libre: la lectura, la tertulia,
la correspondencia, los circuitos del mundo editorial y artístico
(publicaciones, librerías, bibliotecas, museos, galerías, tiendas de discos,
salas de conciertos, de teatro, cine, danza) que organizan y difunden lo digno
de ser leído, escuchado, visto, admirado, por gusto y nada más, ociosamente.
Las “credenciales” de la cultura personal son la curiosidad, la ignorancia
inteligente, el espíritu creador, la animación, el buen humor, la crítica, la
libertad.
La Edad Media
inventó la palabra modernos y el concepto de historia como progreso.
En los siglos XII y XIII, el paraíso (perdido en el pasado, entrevisto por místicos
y poetas en un presente perpetuo, esperado en el futuro absoluto del fin de los
tiempos) se convierte en misión cristiana de progreso gradual (Joaquín de
Fiore, Bernardo de Chartres, Roger Bacon). Se vuelve un paraíso deseable aquí y
ahora, cotidiano, creciente, construible.
Anima el
Renacimiento, la Reforma, la Revolución, con un optimismo progresista que
despierta la adhesión y la crítica.
Para Joaquín de Fiore, la eternidad divina se despliega en el tiempo como historia sagrada: la era del Padre, luego la del Hijo y finalmente la del Espíritu Santo. Para Leibniz (The Ultimate Origin of Things, 1697,www.earlymoderntexts.com), “hay un progreso perpetuo y libre del universo entero”, “que siempre está avanzando hacia más”, sin alcanzar la perfección de Dios.
Para Teilhard de
Chardin (El fenómeno humano,1955), en el avance cosmológico hacia Omega, van
apareciendo las especies, la vida humana y la noósfera que recubre el planeta
(el mundo 3 de Popper, la atmósfera cultural). Todo lo cual supone la humanidad
entera (no un pueblo elegido) que converge hacia más; y, por supuesto, hacia
Dios.
La historia como
progreso proyecta en el espacio los avances en el tiempo: la geografía como
desigualdad. Hace de la misión histórica una misión imperialista: la redención
de los pueblos atrasados. Hace del imperio, como en Constantino, un pueblo
elegido para salvar a los demás; y de la cultura dominante, la cultura
universal.
La primera
crítica es la religiosa: Los apóstoles “no usaron de la fuerza corporal, ni de
multitud de ejércitos” (Bartolomé de las Casas, Del único modo de atraer a
todos los pueblos a la verdadera religión, 1537). Luego viene la crítica
escéptica: Llamamos bárbaros a los que tienen otras costumbres, pero “los
sobrepasamos en toda clase de barbaries” (Montaigne, Sobre los caníbales,
1580). Y, finalmente, la anticlerical. Voltaire se burla de Leibniz (y de los
ateos), pero mantiene su optimismo. Cree en el progreso conducido por la Razón,
rescatado del oscurantismo eclesiástico y las supersticiones populares. A la Razón se debe “la prodigiosa superioridad
de nuestro siglo sobre los antiguos”. Europa ha dejado atrás a griegos y
romanos (El siglo de Luis I, 1751).
La Ilustración
inventa el segundo concepto de cultura: el nivel superior alcanzado por la
humanidad. No es la cultura personal, sino social. Incluye el patrimonio
acumulado por los grandes creadores, el saber alcanzado, el buen gusto, la
pulida civilidad de las costumbres, las instituciones sociales, empezando por
la propiedad. Para Rousseau, el primero que cercó un terreno, declaró “Esto es
mío” y logró que respetaran su propiedad fue el fundador de la sociedad civil (Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, 1754).
Para Adam
Ferguson (An Essay on the History of Civil Society, 1767), toda la humanidad
está en diversas etapas de progreso: salvajismo, barbarie o civilización. En
este concepto, la sociedad civil no es el cuerpo social intermedio entre la
familia y el Estado (Hegel), sino el estado de civilización frente al estado
silvestre de la humanidad primitiva. Lo deseable es que todos alcancen el nivel
superior (los niños, los adultos insuficientemente educados y los pueblos
atrasados) y que el nivel vaya subiendo.
La crítica
aparece en la misma Ilustración, y sobre todo en el Romanticismo. Cuando la
Razón inventa la guillotina (para superar la barbarie clerical de la quema de
brujas) y somete a los pueblos alemanes (para liberarlos del atraso), el
entusiasmo por la cultura universal se nubla. Beethoven, como otros
progresistas, admiraba de lejos la Francia revolucionaria, hasta que los
invadió.
El Romanticismo
inventa el tercer concepto de cultura: la identidad comunitaria que defiende
sus creencias, usos y costumbres de la barbarie progresista. Johann Gottfried
Herder recoge el tema de que la humanidad, como si fuera una persona, se va
desarrollando por grados sucesivos, y revira una crítica radical del progreso.
Ninguna etapa es superior a otra. Cada cultura es su propia finalidad, no un
paso previo a la supuesta cultura superior. La infancia tiene sentido por sí
misma, no como preparación para la vida adulta. Ves como niñerías de un pueblo
sus creencias, usos y costumbres, y quieres generosamente dotarlo de “tu deísmo
filosófico, de tu virtud y honor de buen gusto, de tu amor por todos los
pueblos en general, que rebosa opresión tolerante, explotación y filosofía de
las luces”. El niño eres tú. (Otra filosofía de la historia, 1774,
en Histoire et cultures)
De Herder deriva
la antropología como estudio de las culturas particulares. Claude Lévi-Strauss,
en su entrevista libro con Didier Éribon (De près et de loin) cuenta que Franz
Boas “tenía en su comedor un cofre soberbio, esculpido y pintado por los indios
kwakiutl, a los cuales dedica gran parte de su obra. Cuando le dije que vivir
entre creadores de tales obras maestras debió de ser una experiencia única, me
respondió secamente: ‘Son indios como los otros.’ Supongo que su relativismo
cultural no le permitía establecer una jerarquía de valores entre los pueblos”.
La crítica de la
cultura occidental culmina en el siglo XX. En 1919, ante el desastre de la
guerra (1914-1918), quizá inspirado por el libro de Oswald Spengler (La
decadencia de Occidente, 1918), Paul Valéry escribe una reflexión
cuya primera frase se volvió famosa: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos
ahora que somos mortales.” “Elam, Nínive, Babilonia, eran bellos nombres vagos,
y la ruina total de esos mundos nos decía poco, igual que su existencia.”
“Ahora vemos que el abismo de la historia es suficientemente grande para todos.
Sentimos que una civilización tiene la misma fragilidad que una vida.” (“La
crise de l’Esprit”, Varieté i.) La frase contribuyó a la difusión del
concepto de culturas en plural, aunque se refiere a las grandes civilizaciones,
no a todas las culturas.
Se puede hablar, entonces, de un concepto clásico, un concepto ilustrado y un concepto romántico de la cultura.
El primero
subraya la forma de heredar (la frecuentación personal de los grandes libros,
las grandes obras de arte, los grandes ejemplos); el segundo, el nivel
alcanzado (la superioridad de los que están en la cumbre); el tercero, el
patrimonio (todo lo que puede considerarse propio). Pero en los tres se dan los
tres aspectos. Por ejemplo, con respecto al nivel: el concepto clásico ve la
cultura como nivel personal (en comparación con otras personas); el ilustrado,
como nivel social (en comparación con otras sociedades o estamentos); el
romántico, como identidad (incomparable). El primero y el segundo son
elitistas, frente al tercero, que enaltece la cultura popular y los valores
comunitarios. El segundo y el tercero son paternalistas, a diferencia del
primero, que enaltece el esfuerzo personal. En el concepto clásico, la cultura
que importa es la mía: la que me lleva al diálogo con los grandes creadores.
En el concepto ilustrado, hay una sola cultura
universal que va progresando, ante la cual los pueblos son graduables como
adelantados o atrasados. En el romántico, todos los pueblos son cultos (tienen
su propia cultura); todas las culturas son particulares y ninguna es superior o
inferior.